“La felicidad es la realización progresiva de un ideal o meta valiosos”
Earl Nigytingale
Cualquier objetivo conseguido tiene su origen en un pensamiento, una esperanza, un sueño, un deseo, una ilusión que surge en nuestra mente. Tanto es así que acabamos convirtiéndonos en lo que pensamos la mayor parte del tiempo. Nuestro mundo exterior es un reflejo de nuestro mundo interior; tratamos, de manera inconsciente, de ser coherentes con nuestros pensamientos más íntimos.
Las metas son la clave para una vida feliz y satisfactoria. Cuando alguien afirma no ser feliz posiblemente sea porque no se ha propuesto un objetivo específico en su vida, sino que se limita a desarrollar una actividad tras otra sin centrarse en nada concreto. Es fácil caer en la trampa de estar muy atareados, creyendo que avanzamos. Sin embargo el verdadero crecimiento siempre va unido a la certeza de que tenemos unas metas que nos guían y de que nos dirigimos hacia ellas.
Las metas dan un propósito y un significado a nuestra vida. Puede vivirse sin metas, claro está; sin embargo, el requerimiento esencial del alma humana es la necesidad de que la vida tenga un sentido, ese sentido se lo dan las metas.
Con las metas sabemos hacia donde vamos, sin metas la vida tiene poco significado y se cae fácilmente en el aburrimiento.
En general las personas se mueven por dos estímulos: el dolor y el placer. Las metas hacen que la mente se centre en el placer, mientras que la ausencia de metas hace que se centre más en evitar el dolor. Las metas nos permiten sobrevivir en los peores momentos de nuestra vida y nos permiten vivir intensamente la vida en los tiempos mejores.
El hecho de tener metas nos hace más felices, cosas que esperar, estar entusiasmados, puntos a los que llegar, y extraemos de ella la energía para levantarnos cada mañana, y vencer los obstáculos
El cerebro humano dispone de un mecanismo: el sistema de activación reticular (SAR) que es una especie de sistema automático de consecución de metas. El sistema de activación reticular se encuentra en el córtex de nuestro cerebro; cuando le enviamos un mensaje relativo a nuestra meta se pone en marcha un proceso que determina aquello en lo que nos vamos a fijar y a lo que prestaremos atención, aumentando nuestra consciencia y alerta ante todo aquello (personas, información y oportunidades) de nuestro entorno que nos ayudará a conseguir nuestras metas.
Por ejemplo, se te ha ocurrido cambiar de coche y andas pensando en un determinado modelo y color. Empiezas a pensar y a imaginarte ese coche con todos sus detalles. Este proceso envía a tu córtex reticular el mensaje de que ahora ese coche es importante para ti. La imagen del coche aparece como objetivo en tu “radar mental”. A partir de ese momento descubres que hay coches de ese tipo por todas partes! Aparcados en el supermercado que frecuentas, circulando por la carretera, en los escaparates de los concesionarios de coches. Obviamente esos coches ya estaban en la ciudad antes de que a ti se te ocurriese pensar en cambiar de coche, pero ahora que tu SAR se ha activado al saber lo que quieres y pensar en ello, cuando entras en un aparcamiento con cientos de coches, inmediatamente tu atención se focaliza en el modelo que has decidido comprar, como si tuviese un brillo especial que lo hiciese destacar del resto.
No importa el tamaño de tus metas. Si te fijas metas pequeñas, conseguirás metas pequeñas; si te fijas grandes metas, conseguirás metas grandes.
Debemos tener metas a largo plazo, que serán los grandes motores de nuestra carrera de fondo, pero también metas a medio plazo, a 3 años, a 1 año y metas a corto plazo, incluso metas para el día. Recuerda que el inmenso poder se encuentra en la respuesta a la pregunta: "¿Por qué quiero lo que quiero?".
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