Leyendo esta frase por un lado se me dibuja una sonrisa en los labios y por otro, siento una tremenda nostalgia por lo lejana que veo esta frase de la realidad.
Quizás en los momentos de crisis, nos vemos obligados a retomar los valores fundamentales que forman parte de nuestros pilares como seres humanos: el honor, la honradez, la lealtad, la justicia, la fidelidad…
Antiguamente, el tener una antigüedad de 25 ó 30 años en una empresa era motivo de orgullo para el trabajador y para el empresario. “Hemos hecho las cosas bien”
Actualmente la antigüedad es valiosa, tanto en cuanto me aseguro un beneficio social y económico que en caso de despido me guarda las espaldas. Es más, si encuentro una oferta de empleo que resguarde estos beneficios y con la que gano un 5% más de lo que marca mi nómina actualmente, no ofrecemos mucha resistencia para cambiar. Esto, en la época de mi abuelo era impensable. Siempre que hablemos de trabajos remunerados según marca la ley y de una convivencia laboral respetuosa y adecuada.
Antes, se cumplía por un sentido de obligación con la empresa, si, pero también con uno mismo. El trabajo formaba parte de la vida y el faltar al trabajo debía estar sobradamente justificado ante el jefe más supremo que era la propia conciencia. Actualmente este sentido de necesidad de trabajar para alcanzar metas personales, familiares y sociales en gran medida se ha perdido. Queremos más vacaciones, jornadas laborales más cortas, salarios más espléndidos, derechos para justificar el absentismo sea por la razones que sea aunque no estén del todo justificadas. Queremos un nivel de bienestar muy por encima de nuestras posibilidades reales, pero lo que es peor de todos, irreales para mantener una economía sana.
Es imprescindible el poder conciliar vida laboral, personal y familiar. Es necesario que las empresas lo faciliten y que los trabajadores lo exijamos y nos comprometamos con aquello que pedimos. Lo que no podemos exigir es mantener el engranaje de una economía que debe mantener una cantidad de gastos sociales enormes a cambio de trabajar cada vez menos, con menor nivel de compromiso y con el único deseo de terminar la jornada laboral para desentenderme de algo que crees que no tiene nada que ver contigo aunque dediques gran parte de tu vida.
Buscamos el éxito y creemos que ser exitoso es tener más y más con menos o ningún esfuerzo. Somos absolutamente intolerantes a la frustración y cualquier revés lo vivimos como si se tratara de un auténtico drama. No tenemos tiempo real para ocuparnos adecuadamente de nuestros hijos, de su educación, de su felicidad, de su escolarización… sin embargo, hacemos esfuerzos ingentes para evitarles cualquier problema que les pueda causar cualquier tipo de trauma. Con este fin nos enfrentamos al tutor para exigirle mejores notas y menor exigencia para que nuestros hijos puedan seguir jugando y salir con los amigos hasta los 18 años.
Aceptamos todas las pequeñas tiranías de nuestros hijos, porque entendemos que la vida es muy dura y queremos facilitársela a ellos en la medida de lo posible. No les ponemos restricciones porque bastantes normas van a tener que cumplir el día de mañana y así un largo, larguísimo etcétera. Con todo esto, no nos puede sorprender que nos encontremos con chavales a los que ya se han tachado como Ni-Ni. Durante casi 18 años no les hemos dejado que vivan en el mundo real y cuando tienen que dar sus primeros pasos en sociedad, cumpliendo normas, leyes, obligaciones y prohibiciones no saben qué hacer.
El querer ser más y mejor, el constante afán de superación es algo que viene en los genes del ser humano. Y este inconformismo es lo que nos ha ayudado a evolucionar de las cavernas a las grandes ciudades que tenemos hoy. Pero esta evolución no ha sido gratuita, sino que es el fruto de muchísimo trabajo, muchísimas vidas entregadas, la aceptación de muchas normas y el convencimiento profundo de tener asumidos una serie de valores éticos y morales fundamentales para el desarrollo. Si miramos en la historia, comprobaremos que tras la caída de las grandes civilizaciones, tras la caída de los grandes imperios, tras el desplome de las grandes organizaciones, tras la ruina de grandísimas empresas SIEMPRE, hay una historia de intrigas, corrupciones, libertinajes, dinero fácil, fines que justifican los medios a cualquier precio, deslealtad y una falta de valores puros absoluta.
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